El desarrollo de la bioquímica nos ha permitido solucionar muchas enfermedades y condiciones que antiguamente condenaban a los individuos. Pero, ¿podemos resumir la vida en un conjunto de reacciones químicas y en el funcionamiento mecánico de sus partes?
En los últimos años, las investigaciones sobre bioelectricidad del desarrollo nos han abierto un campo totalmente nuevo y desconocido hasta ahora. Desde los años 70 sabemos que determinados parámetros eléctricos, muy concretos, son capaces de convertir, por ejemplo, células sanguíneas en células madre (R.O. Becker 1967), y actualmente la descodificación de las señales eléctricas de los seres vivos están dando lugar a asombrosos hallazgos en animales de laboratorio (M. Levin 2021). Está demostrado que diferentes emociones son capaces de alterar la impedancia de la piel (C. Gantiva, 2017), también existe evidencia sobre como personas con pensamientos positivos tienen más posibilidades de ser saludables (B.E. Kok 2013), y se han encontrado las reacciones que lo justifican. ¿Qué frontera debemos cruzar para empezar a entender esta relación entre nuestro estado anímico, la información que circula por los tejidos y el mal funcionamiento del organismo humano? Nos encontramos hoy en día tal y como se encontraba la informática en los años 50, donde lo que primaba era el hardware, la estructura en sí misma. Pero nuestro cuerpo es mucho más complejo que un simple ordenador y mucha de la información que por él circula está aún por descodificar. Las pruebas de imagen no justifican en la gran mayoría de los casos las dolencias que sufren nuestros pacientes, y el día que descodifiquemos el lenguaje bioeléctrico, ya no de nuestras neuronas, sino de las células, ese día la medicina comenzará a avanzar a pasos agigantados.